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Breve historia de Fernando el Católico

José María Manuel García-Osuna Rodríguez

 

Verlag Nowtilus - Tombooktu, 2013

ISBN 9788499674704 , 304 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz Wasserzeichen

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8,99 EUR


 

Prólogo


Todos los médicos, de algún modo, somos historiadores. Aunque la anamnesis médica rebasa con creces los límites del quehacer del historiador, el médico se pasa la vida hablando con sus pacientes en un diálogo a la vez diagnóstico y terapéutico. Diálogo en el que persigue dos objetivos: realizar la anamnesis propiamente dicha, historiando el padecimiento que ostenta el paciente con una clara intención diagnóstica; y realizando psicoterapia verbal o logoterapia cuando proceda, en un coloquio de intención terapéutica. Pedro Laín Entralgo ha escrito textos definitivos sobre este apasionante asunto[1].

Aunque, en efecto, los médicos realizamos una tarea historiadora diaria, esto poco o nada tiene que ver con la labor que desarrolla el historiador profesional. Este, a través de los documentos de que dispone y de lo que han dicho otros historiadores, si es que han dicho algo, debe rehacer la realidad pasada con la mayor objetividad y primor posibles. El médico, a través de la historia clínica, la exploración y las pruebas complementarias, llega al diagnóstico. El historiador, a partir de documentos y ciencias auxiliares, reconstruye el pasado o una parcela del mismo. El médico llega al conocimiento de la verdad para curar. El historiador busca la verdad por sí misma sin una intencionalidad positivista, en principio. El médico, sí.

El doctor José María Manuel García-Osuna y Rodríguez tiene la doble condición de médico ejerciente como especialista en Medicina Familiar y Comunitaria y la de doctor en Historia, disciplina que cultiva con intensidad y acierto; en este sentido, ha escrito decenas de artículos de divulgación y un auténtico corpus de sólidos trabajos cuyos contenidos van desde la Prehistoria y la protohistoria, hasta nuestros días.

Por pura amistad personal y no por otros motivos, me pide el Dr. García-Osuna unas líneas prologales a su trabajo titulado Breve historia de Fernando el Católico, que en fechas próximas verá la luz en caracteres impresos; ojalá el Dr. García-Osuna y Rodríguez se anime a publicar, a partir de ahora, todo aquello que tiene en su personal cárcel de papel.

Yo soy médico. Y, pese a no ser historiador, me atrevo a prologar este buen trabajo por variadas razones: la primera, por la ya reconocida amistad con el autor afirmada líneas atrás; la segunda, porque es cuestión que siempre me interesó el paso de las Españas medievales a la España Moderna; y la tercera y última, porque me permitirá resaltar algunas cuestiones que creo de sumo interés[2].

El trabajo del Dr. García-Osuna y Rodríguez es amplio, está muy bien documentado y está escrito en un castellano claro y rotundo, aunque él es y milita como leonés, sensu stricto. Pero no nos llamemos a engaño; no es un trabajo de divulgación; por el contrario, es una obra para iniciados, aproximándose más al texto universitario y al ensayo especializado que a la simple divulgación de cultura. Personalmente, destacaríamos algunas cuestiones a título prologal.

SIGNIFICADO HISTÓRICO DEL REINADO DE FERNANDO EL CATÓLICO: LA PENÍNSULA IBÉRICA SALE DE LA EDAD MEDIA


El Dr. García-Osuna y Rodríguez destaca este hecho como primordial, dedicándole abundantes datos. No nos cabe la menor duda de que durante el reinado de Fernando el Católico se construyen las bases de la monarquía hispánica, el ente político que sacó a la península ibérica de la Edad Media. Ello se tradujo en hechos notables.

En primer lugar, desde el punto de vista territorial, las Coronas de Castilla y de León y de Aragón, unidas, consiguieron en cuarenta años la unificación de muchos territorios de las Españas y fuera de la misma en torno a un único poder real: Reino de Granada, Reino de Nápoles, Reino de Navarra, Norte de África y la América recién descubierta. Y no sólo se ampliaron los territorios pertenecientes a la Corona, sino que se aisló y derrotó a Francia en la lucha por la hegemonía; y lo que fue muy importante: se desarrolla una política internacional y diplomática extraordinaria que lleva a mantener tratados y alianzas con la mayoría de los países del Occidente europeo.

En segundo lugar, durante el reinado de Fernando el Católico se acometió una importante reforma interna del país que se tradujo en estos hechos: reorganización y modernización del Estado, de su ejército, de su Hacienda y de su burocracia.

En tercer lugar, se realizó una uniformización religiosa, con la expulsión de los judíos, la conversión forzosa de los mudéjares y el establecimiento de la Inquisición.

No debe extrañar, por tanto, que Baltasar Gracián en su obra El político don Fernando I el Católico dijese que Felipe II al contemplar el retrato de quien había sido su bisabuelo afirmaba: «A este lo debemos todo».

Los Reyes Católicos pusieron en marcha un Estado moderno, poderoso, expansivo con neto reforzamiento del poder regio y el desarrollo de una política hegemónica.

LAS BASES DEL CAMBIO: UN PRÍNCIPE MODERNO PARA UNA MONARQUÍA NUEVA


La península ibérica estaba repartida en cinco coronas distintas: de Portugal, de Castilla y de León, de Aragón, de Navarra y la monarquía nazarí asentada en Granada.

En este ambiente tan plural, sin embargo, comenzaba a notarse una tendencia a la convergencia de las coronas peninsulares. Frente a la atomización y disgregación del poder, típicos del feudalismo medieval, resurge la idea de unidad nacional tanto en las Españas como en Inglaterra y en Francia.

En el concreto caso de las Españas tuvieron gran poder aglutinante dos órdenes de hechos: la implantación de la casa de Trastámara en Aragón y la tupida red de alianzas matrimoniales entre Portugal, Castilla y León, Aragón y Navarra a través del siglo xv.

Pero se necesitaba un príncipe, un líder, una persona capaz de unificar el país, expandirlo más allá de sus fronteras, organizarlo y conducirlo con mano férrea. Y surgió el príncipe deseable, encomiado por el propio Maquiavelo, quien vio en Don Fernando la encarnación de su príncipe.

El gran maestro del príncipe sería su propio padre Juan II; en efecto, Fernando nunca olvidó el método seguido por su progenitor: el estudio meticuloso de los problemas con frialdad y cálculo; la anticipación a los acontecimientos; la respuesta contundente cuando uno de ellos aparecía de manera inopinada. Pero su padre no era un teórico e involucró a su descendiente, desde su adolescencia, en empresas de hondo calado superior, superiores a sus posibilidades tanto físicas como mentales. Pese a todo, Fernando hacía frente a las responsabilidades que se le imponían con una madurez impropia de su edad; y la primera responsabilidad fue nada menos que ceñir la corona de Sicilia, regentar el condado de Augusta y el ducado de Noto, etc., llegando tras largo y difícil camino a la unificación dinástica de Castilla y de León y de Aragón y a una paz duradera.

EL COMPLEMENTO IMPRESCINDIBLE PARA EL TRIUNFO DEL PRÍNCIPE IDEAL: LA UNIÓN A UNA PRINCESA IDEAL


Muy poco después de ceñir la corona siciliana en la cabeza de su hijo, Juan II busca unir las Coronas de Aragón y de Castilla y de León, una vez que Isabel se había convertido en la heredera castellana y leonesa, tras la muerte de su hermano Alfonso y la firma del tratado de los Toros de Guisando con Enrique IV.

Pese a esta circunstancia favorable, Don Juan no lo tenía fácil para conseguir el enlace: sus consejeros más próximos le desaconsejaban la unión, Portugal y Francia deseaban entroncar con los reinos de Castilla y de León, a través de una boda de Isabel con algunos de sus vástagos; y, en fin, la monarquía hispánica de la Edad Moderna se estaba gestando con un signo indudablemente castellano. Ante estas circunstancias, Juan II se apresuró a preparar el terreno sólidamente con un compromiso de matrimonio que se concretó en Cervera el 7 de marzo de 1469, interviniendo activamente en él los dos príncipes. Las capitulaciones matrimoniales fueron muy estrictas desde el punto de vista político y económico, quedando el rey de Aragón obligado a intervenir militarmente en los reinos de Castilla y de León en caso de guerra civil. Don Juan II aceptó, porque la Corona castellana y leonesa era imprescindible para su proyecto de futuro; los pactos definitivos de matrimonio se harían de manera ajustada en su momento.

Dejando a un lado los aspectos seminovelescos de la boda –huida de Isabel de Madrigal a Valladolid, y paso de la frontera castellana de Fernando, vestido de mozo de mulas– el 18 de octubre de 1469, tras ratificar las capitulaciones matrimoniales, se celebra el matrimonio en Valladolid en la casa de Juan Vivero. El último obstáculo, la consanguinidad de los contrayentes, se salvó merced a una falsa bula de Pío II, datada en 1464. No vamos a señalar aquí las consecuencias políticas inmediatas de la boda. Tras ella, Fernando permanecería largo tiempo en Castilla y León, al lado de su esposa, antes de volver a Aragón.

El joven matrimonio sufrió muchas penurias, especialmente dos: las estrecheces económicas y la persecución de Enrique IV, pues a fin de cuentas la boda se había celebrado sin el permiso del monarca castellano, con franco incumplimiento del tratado de Guisando.

Fernando hubo de salir en ayuda de su padre empeñado en la recuperación de Cataluña en todos los órdenes. Y para incrementar sus rentas y parlamentar con el...