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Breve historia de la guerra de Vietnam

Raquel Barrios Ramos

 

Verlag Nowtilus - Tombooktu, 2015

ISBN 9788499676883 , 336 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz Wasserzeichen

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8,99 EUR


 

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La ruptura mundial: la Guerra Fría


Si el período de entreguerras estuvo determinado por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, casi resulta redundante destacar que el mundo que se configuró después de 1945 fue el resultado directo de lo experimentado a raíz del gran conflicto. La nueva comunidad internacional vendría definida, como denominaron los analistas en su momento, por una paz virtual, la cual se pondría en funcionamiento por medio de una serie de conferencias, celebradas algunas de ellas incluso antes de que finalizara la guerra, encaminadas a configurar un nuevo mundo. Sin embargo, la tensión será la nota predominante en la evolución de las relaciones internacionales. Y será esa misma tensión la que decidirá el trazado de las fronteras, las zonas de influencia y los enfrentamientos entre las dos superpotencias a través de los países del Tercer Mundo. A pesar de que hubo esfuerzos para conducir la paz, como fue la gestión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), su eficacia fue muy limitada y siempre estuvo condicionada por los dos grandes directores mundiales, estadounidenses y soviéticos. La política de los dos grandes resultó ser una lucha sin cuartel por una imposición uno frente al otro para controlar el mundo, impidiendo con ello un entendimiento internacional.

LA CONFIGURACIÓN DE LA ESCENA INTERNACIONAL


El término «Guerra Fría» tiene distintos orígenes. Hay quienes consideran que la primera vez que se menciona con un sentido de tensión contenida fue en un escrito de Don Juan Manuel (s. XIV), quien utilizó este término para referirse a la precaria paz entre musulmanes y cristianos en España. Otros lo ponen en boca de George Orwell, escritor y periodista británico, quien en un artículo titulado «You and the Atomic Bomb» [Usted y la bomba atómica] empleó el término tal y como lo conocemos. Incluso hay quienes defienden la idea (François Genoud, en su obra El testamento de Adolf Hitler: los documentos de Hitler-Bormann) de que el propio Hitler lo definió con exactitud, ya que hablaba de un mundo bipolar en el que habría dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética (URSS), que construirían sus respectivas historias basándose en una continua prueba de fuerza, y no sólo en el ámbito militar, sino también en el ideológico y la economía. Concluía afirmando que a ambas les resultaría casi imprescindible el apoyo de Alemania. Pero al margen de definiciones literarias con un carácter más o menos histórico, lo cierto es que el concepto «Guerra Fría» es originario de Estados Unidos. Según parece fue definido por primera vez en el sentido estricto con el que ha pasado a la historia por un periodista,
H. B. Swope y popularizado por otro, W. Lippmann. A finales de la década de los cuarenta ya se utilizaba con toda normalidad para definir el complicado sistema de relaciones internacionales que imperaba tras la guerra; aunque de todas las definiciones posibles, la más simple, pero si cabe la más contundente, fue la que dio John Foster Dulles, secretario de Estado en la Administración Eisenhower, quien se refirió a ella como «todo lo que no es guerra caliente o declarada».

El espíritu que caracterizó la Guerra Fría, según citan J. P. Martínez y O. Pérez Tello, fue variando en función de cómo esta iba evolucionando. Así, habría que hablar de un «espíritu de exterminio», protagonizado por Stalin en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, consistente en erradicar todo aquello que no fuera sinónimo de comunismo; un «espíritu de reparto» (Conferencia de Yalta, 1945), que marcó el reparto de las zonas de influencia en la postguerra, y que fue el germen de la preponderancia de los dos grandes países; el «espíritu de revancha» (Potsdam, 1945), ya terminado el conflicto, cuando vuelven a reunirse los tres grandes –Gran Bretaña, Unión Soviética y Estados Unidos–, esta vez con Truman a la cabeza tras el fallecimiento de Roosevelt, convirtiéndose la reunión en un pulso enfebrecido entre Estados Unidos y la Unión Soviética por imponer los puntos de vista occidentales frente a la tenacidad de Stalin; un «espíritu de diplomacia» (Ginebra, 1955), cuando, con el telón de acero siendo ya una realidad, y tras la guerra de Corea y abierta la brecha en Vietnam de forma irremediable, la diplomacia es casi un eufemismo en las relaciones Este-Oeste; un «espíritu de coexistencia» (Camp David, 1959), cuando la distensión aparente esconde una serie de provocaciones por parte de Moscú de forma constante, así como una cierta ventaja en su empresa propagandística a través de la carrera espacial, y un continuo estado de alerta por parte de Estados Unidos. La atmósfera está enrarecida. «Espíritu de diálogo» (Viena, 1961): Kennedy inicia una era en la que intentó evitar los malentendidos. El presidente estadounidense hablaba de dialogar sin temor, presentando a Occidente, por primera vez en la evolución de la Guerra Fría, desde una enorme firmeza. Y, por último, «espíritu de desacuerdo» (Glasborow, 1967): las posiciones no pueden estar más separadas. La política atómica al margen de Naciones Unidas, Oriente Medio y, muy significativamente, la guerra de Vietnam, conducirán las relaciones internacionales a posturas casi irreconciliables.

Este desencuentro en la actuación de las distintas políticas internacionales se concretó, en primer lugar, por el cambio producido en el centro de poder. Ya no será Europa, como había ido sucediendo a lo largo de los siglos, el centro neurálgico mundial, sino que frente a ella se erguirán dos grandes colosos, Estados Unidos y la Unión Soviética, cuyo poder económico y político, así como sus relaciones bilaterales, marcarán las pautas a seguir por el resto del mundo en las relaciones internacionales. Su velado, pero continuo enfrentamiento, mantenido dentro de unos límites impuestos por el terrible riesgo que implicaba una guerra nuclear, condujo casi irremediablemente a un mundo bipolar canalizado a través de los dos grandes organismos internacionales surgidos para la ocasión, esto es, la OTAN y el Pacto de Varsovia. En segundo lugar, tras la división del mundo en Este-Oeste, Europa necesitaba encontrar su sitio. No podía resignarse a ser el segundón en la construcción de la historia, teniendo en cuenta que siempre había sido el primogénito. Es por ello que el europeísmo, que cobró fuerza casi más por necesidad que por pura convicción, culminó con la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE). Europa tenía que estar a la altura de los más grandes. Y es por ello que la evolución de la política exterior europea estaría marcada por esta condición a partir de entonces. Y por último, un elemento absolutamente decisivo: el proceso de descolonización. El acceso a su independencia política no supuso la liberación económica para las antiguas colonias –es lo que muchos autores han bautizado como neocolonialismo–, de ahí que se considere el subdesarrollo la consecuencia directa y principal de la descolonización. Aunque el Tercer Mundo emerja con identidad propia frente al mundo desarrollado, nunca pudo desempeñar un papel protagonista y, de hecho, esa sigue siendo la realidad de la inmensa mayoría de los países que lo integran.

Sea como fuere, el origen del enfrentamiento entre estadounidenses y soviéticos hay que fundamentarlo en dos causas principales; de un lado, la diferencia de ideologías político-sociales de ambos países; y, por otro, la concentración de poder en sus manos de manera progresiva. Mientras que para los Estados Unidos y Occidente la libertad individual no tiene precio y son mucho más importantes las garantías políticas que la estructura del régimen social, para la Unión Soviética y los países del área comunista el camino hacia la libertad pasa por la omnipotencia del Estado y la subordinación de la libertad individual al interés colectivo, ya que esta es la única manera de construir una sociedad igualitaria y justa. Además de esto, el proceso de acumulación de poder entre las dos grandes superpotencias también fue diferente. Los Estados Unidos parten de una ventaja indiscutible: las bajas en la guerra habían sido mucho menores –trescientos mil muertos, frente a los veintidós millones de soviéticos–, la destrucción, escasa, la producción industrial, emergente, y eran una potencia nuclear. Sin embargo, la Unión Soviética superará su retraso en el punto de partida con un ímprobo esfuerzo por conseguir ser una gran potencia militar aunque fuese a costa del consumo. No pasaría mucho tiempo hasta que estuviese en condiciones de equilibrar su armamento con el de Estados Unidos. La lucha por el poder universal había comenzado.

Casi resulta obvio decir que el surgimiento de un mundo bipolar tuvo también una correlación económica. Tras la guerra mundial la economía de los países beligerantes presentaba unas condiciones espantosas. Tan solo Estados Unidos y Canadá habían aumentado sus índices de producción. En el resto de los países la devastación era absoluta: pérdidas de vidas humanas contadas por millones, destrucción física de los países, deuda, hundimiento de la producción, etc., todo lo cual configuraba un panorama sobre el que planearían, sin duda, las dificultades y el estancamiento.

No obstante, la evolución de la economía en las tres décadas siguientes –período que nos ocupa– se esquematiza de manera diferente según se hable del bloque occidental o del bloque oriental.

El bloque occidental, incuestionablemente dominado por los Estados Unidos, se movió en un neocapitalismo que, según A. Fernández, se...