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Lo semejante

Jean Simó

 

Verlag La Equilibrista, 2016

ISBN 9788494529771 , 296 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz Wasserzeichen

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7,99 EUR


 

II


LA PELOTA



Antes de empezar a interpretar cualquier tema, invento o ideología, se suele realizar un planteamiento de las posibles consecuencias que devengarán los resultados de ese propósito. No es así en el caso del fútbol, pues nadie quiere explicar su porqué. Por eso no puede haber un estudio que analice sus resultados, porque el resultado es la propia actividad, y su violento contenido se disimula aparentando una atrevida ignorancia.


En la actualidad, quien no se interesa por el fútbol es tachado de asocial. Más de media humanidad, por voluntad propia, se degrada a sí misma con este mecanismo que muchos denominan fenómeno. Digo mecanismo porque el fútbol es producto del resultado de miles de años de la humanidad, con él se ha logrado uno de los principales objetivos: juzgar gratuitamente. Permite de forma latente condenar o buscar un conflicto innecesario sin cargo de conciencia.


La intención de este estudio-sentencia es que los aficionados al fútbol queden declarados como seres inferiores por voluntad propia, por la forma en la que este se desarrolla, y desacreditar su epicentro erróneamente denominado colectivo.


Todo es individual, el fútbol es la prueba de ello, no es una ideología, no es un fenómeno, es un mecanismo cuyo resultado permite y expone la universalidad de lo que muchos buscan, da igual el lugar del mundo donde gire la pelotita, el fútbol es así.


Durante años, sobre los escenarios he intentado representar como cómicas y desajustadas las ideologías que condicionan a nuestra especie. En todas ellas hay interminables dudas y lagunas que no hacen más que desacreditar su contenido. El ser humano suele abrazarse, como quien se ahoga, a las ideologías. Sin sentido alguno, las conceptualiza basándose en lo inconcreto de estas. Cualquier ideología se practica con la finalidad de no alcanzarla, y si esto ocurriera, se cambiaría de ideología. Realizar al completo una ideología la destruiría, ya que se alimenta de la contradicción y de la razón y se mantiene por el estímulo que provoca vencer sus obstáculos. Abrazar una ideología es una interpretación falsa de la existencia, solo se puede interpretar la existencia con lo que la rodea, la ideología no tiene lugar en la existencia porque sus inconcluyentes planteamientos nunca le permitirán ser. Las ideologías se utilizan con el propósito de querer interpretarlas, no de ejecutarlas. Prueba de ello es que todos los pertenecientes a una ideología tienen una versión particular de ella y una contradicción. El predicador de una ideología jamás pasa a la acción, espera a quienes le obedezcan para ejecutarla y, con esta situación, mantiene una existencia desajustada amparada por la duda que se genera.


Para muchos, el fútbol es el fruto de todas las ideologías. Líder o masa he aquí la cuestión, el fútbol está por encima de cualquier fenómeno, no tiene ni líder, ni masa, ni leyes.


Las degradaciones injustificadas del pasado han permanecido como una lacra en el remordimiento de la humanidad. Hasta que apareció lo peor de nuestra evolución, miles de años buscando la justificación de la agresión sin remordimiento, y esto por fin se socializa universalmente con el mecanismo fútbol.


La agresividad de otras ideologías es más débil porque es un fenómeno que sin el colectivo no existiría, no como en el fútbol, en el que se puede desarrollar desde cualquier situación en forma individual.


Para no incurrir en el remordimiento, se cede el uso de la última palabra, y así se deja en paz la conciencia y el entendimiento; este siempre ha sido el gran objetivo de la especie: condenar sin remordimiento. Por ello quiero adentrarme en el fútbol, un componente universal utilizado por más de media humanidad que carece de ideologías y planteamientos, y cuyos resultados funcionan en cualquier rincón del planeta y en el que, aquí sí, el colectivo esconde lo individual.


Es fácil cuestionar cualquier ideología (basta con compararla con otra y, partiendo de su inicio, analizar los resultados), ninguna ha triunfado honestamente. Es decir que los ideales colectivos solo nos mantienen en la postura mediocre de imponernos al resto de la especie por medio de una razón teórica, y ello solo crea rivalidades que se alejan de la existencia natural y de la propia ideología. Hay gente a la que se la denomina loca o que está fuera de la verdad por el simple hecho de estar en contra de una mayoría ideológica. Esta acusación, fruto de un clasismo infundado amparado por el colectivo, es una prueba más de que las ideologías, dada su composición, son excluyentes. La diferencia con el fútbol es que, en cualquier lugar civilizado del planeta, a los que no están en la mayoría del fútbol no solo se los excluye, sino que se los tacha de asociales. Estas acusaciones son tanto individuales como colectivas, y se recogen en todos los ámbitos.


El mecanismo que proporciona el fútbol es universal. Alguien de una remota tribu, que ve por primera vez fútbol y se interesa por él, utiliza la misma euforia xenófoba que el más veterano de los hinchas de un equipo de fútbol occidental. Ambos tendrán complicidad viendo una pelotita y, aunque no se conozcan, si están en el mismo bando, gritarán como locos «hijos de puta» a sus adversarios. Es decir que ciertos humanos que se repelen entre sí por sus diferencias de raza, cultura, ideología, con el fútbol se olvidan de sus confusas identidades, ya que este posee un mecanismo diferente y mejor para discriminarse: se puede alcanzar la xenofobia perfecta juzgando y degradando sin remordimiento.


Con este estudio intentaré desacreditar la actitud universal que se desarrolla en el fútbol, que es el fruto de milenios de civilización. Burlarse de una ideología puede ser peligroso pero también favorable, porque podría fomentar la creación de un nuevo liderazgo.


En mi insistencia por desacreditar las obsesiones ideológicas, me encontré que nadie se burla del fútbol, la burla es necesaria siempre que se aplique hacia los que practican la doble moral. La ideología sin la doble moral no existiría, por lo que reírse de ella sería introducirse en la contrariedad de la razón, de un nuevo peligro. El fútbol, aun no siendo un ideal, es el mayor ejemplo de doble moral; a diferencia de cualquier ideal en el que este es manipulado por el líder, en el fútbol, puesto que no hay líder, todo su entorno es partícipe de su falsedad. Por eso su universalidad triunfa sobreponiéndose a lo milenario, a lo integrista, a la vanguardia. El fútbol es un mecanismo individual que utiliza la mayoría de la especie y que contagia con su entorpecimiento el desarrollo. Burlarse del fútbol no debería ofender, ya que es burlarse de una pelota.


Pensé en cómo podría burlarme del fútbol si no es comparable a nada, no representa a nada y, sin embargo, sitúa en un segundo plano a otras ideologías y tradiciones; además, media humanidad precisa de él para identificarse como especie. Era imposible burlarse del fútbol aunque me sintiera con la fuerza de una hormiga capaz de levantar sin problemas siete veces su peso. Con esa fuerza me sentía ante el fútbol diminuto, como si esa hormiga quisiera intentar derribar una muralla de acero, como víctima de la coacción universal que este realiza hacia quienes no lo comparten. Necesitaba, como humano, desenmascararlo como falso pretendido símbolo social. Su zenit ha sido convertir la hipocresía en razón, es la expresión de la supremacía sin pasar por las ideologías.


Estas afirmaciones que ahora pueden parecerle al lector desproporcionadas las iré desarrollando a lo largo del libro, pues tras cada una de ellas hay una reflexión demostrable. Después de años con el deseo de este objetivo, me encontré cercado por su magnitud, pero al mismo tiempo fui entendiendo que en el fútbol nadie sabía de su porqué; me bastó analizar una tras otra las cientos de respuestas que representa la pelotita y pude comprobar que todas terminaban en la inconclusión, eran falsas, indemostrables o evasivas. Hoy día puedo decir que el contenido para desmitificar el fútbol es tan grande que lo he tenido que limitar. Cuanto más profundizaba en el tema, más negativo se tornaba hacia la especie humana.


Yo soy un asocial, según sus códigos pertenezco a una minoría rechazada por la mayoría social a la que pertenecen dada su magnitud, y ese hecho no se contempla como xenofobia, sino como parte de los mecanismos de la sociedad actual.


Hoy en día quien no mira fútbol es tachado de inferior; por ello, como ser universal que rechazo el fútbol, estoy en el derecho de responder y dedicarles la más profunda crítica por haber aceptado una forma de vida inferior a la que quiere promover nuestra especie. Es sorprendente ver la reacción de los aficionados al fútbol cuando dices que este tema no te interesa y que no tiene sentido ver a unos individuos detrás de la pelotita mientras un estadio lleno se vuelve loco por ello. Por eso, cuando le comentas lo absurdo del tema a un aficionado, se queda desposeído de la existencia, es como si le arrebataras lo que más aprecia en su vida. ¿Qué será de mí si no veo fútbol? ¿A quién le podré decir «hijo de puta»? Si no hay fútbol no hay nada, no existo. ¿Por qué?


Siento vergüenza al ver la ocupación masiva de bares y lugares públicos, las emisoras de radio y televisión incesantes durante los partidos, el modo en que invaden al resto de la sociedad cuando bloquean una nación para ir a ver una final de fútbol en...