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Zen. Filosofía, estilo de vida, práctica cotidiana

Fulvio Alteriani

 

Verlag De Vecchi Ediciones, 2017

ISBN 9781683255543 , 128 Seiten

Format ePUB

Kopierschutz DRM

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5,45 EUR


 

Qué es el zen


Las páginas que siguen a continuación intentan ser tan sólo unas notas introductorias. Una vez llegados al final del libro, se puede volver a empezar desde el principio para comprender, tal vez, algo más.

De cualquier modo, es útil para conocerse un poco mejor uno mismo y los propios problemas: esta es la verdadera razón por la que se ha escrito. Llegados a cierto momento en la vida, muchos se dan cuenta de que algo está cambiando en ellos. Para algunos no es más que una acentuación de la curiosidad, para otros una necesidad existencial, a veces se trata del deseo, producido por la insatisfacción latente de modificar algunas situaciones, ya sean físicas o psíquicas (como enfermedades, trastornos, debilidades, carencias), lo que lleva primero a buscar, y después a estudiar, soluciones diferentes de las que normalmente se tiene a disposición. Existen otros, en cambio, que sienten la necesidad de conocer las respuestas a las preguntas fundamentales acerca de la vida. Se trata de las clásicas cuestiones «¿cómo he sido creado?», «¿por qué soy así?», «¿de dónde vengo y adónde iré después de la muerte?», «¿existen otros aspectos de la realidad que yo desconozco y que desearía conocer?» que emergen con fuerza desde el inconsciente. Es un período de crisis que debemos afrontar con valentía y decisión, sabiendo que existe un camino que nos puede llevar a la felicidad.

Todas estas dudas nos inducen a cambiar las ideas y el comportamiento para encontrar soluciones diferentes y particulares para nuestras necesidades, en una relación y en un ambiente que se ha hecho insólito, pues las circunstancias preexistentes, sean externas o internas, ya no se consideran suficientes para satisfacer las exigencias fundamentales de la vida.

A menudo, todo ello se ve acompañado de una ampliación de la consciencia y de sus perspectivas. La persona que lo practique pensará que mientras se permanezca dentro del área de la propia consciencia, su modo de ver la vida y las cosas estará demasiado limitado como para encontrar soluciones nuevas que le resuelvan sus problemas.

Intuye de manera vaga que los caminos por los que ha estado vagando hasta el momento no le han permitido encontrar soluciones y que, por lo tanto, las soluciones reales deben estar fuera de esos límites. Automáticamente consigue la necesaria ampliación del área, con la esperanza y una cierta intuición de que sólo rompiendo sus propias barreras mentales hallará las soluciones buscadas, esperadas o tan sólo vislumbradas.

Es necesario añadir que tanto este deseo como la expansión de la consciencia forman un proceso natural progresivo que acompaña al hombre desde el nacimiento y que se presenta en todos los estadios de la vida, pero que debe buscarse, encontrarse, experimentarse, profundizarse y completarse hasta que se haga evidente la nueva necesidad: descubrir uno nuevo.

Todo ello reposa en la memoria. Después de cada estadio aparece siempre el siguiente, el cual siempre completa y enriquece el anterior al permitir desarrollar nuevas soluciones. Se trata, sin duda alguna, de un camino de enriquecimiento espiritual.

Las preguntas fundamentales exigen una ampliación de los límites de nuestra consciencia, porque sólo de este modo encontraremos las respuestas que buscamos. Por otra parte, otras personas prefieren quedarse en el mismo espacio. Sienten la necesidad de perfeccionar las características de su comportamiento, de sus propias preguntas y de las soluciones que en ese momento se consideran insuficientes o tal vez demasiado espontáneas, poco adecuadas para alcanzar el objetivo al que se aspira.

Este estadio se caracteriza por la necesidad de perfeccionarse: se empieza a leer lo que han escrito los demás hombres, a buscar respuestas en lo más recóndito e inusual de nuestro propio mundo o de otras culturas, para lo cual se tiene una predisposición innata o adquirida mediante la reflexión.

En realidad, este estadio de perfeccionamiento implica no sólo un deseo de conocer, sino también un estímulo de la voluntad: se siente la necesidad de tomar posesión de la propia vida y de conducirla no según los criterios de espontaneidad o de casualidad que se han seguido hasta ese momento, sino según los criterios, las directivas y las finalidades que cada uno desea perseguir y alcanzar.

Otros, por último, intuyen que una vida dirigida hacia la satisfacción de las exigencias externas ya no es suficiente. El culto al cuerpo, la vanidad, la imagen de sí mismo, el deseo de ganar el reconocimiento de los demás, la posesión, la conquista o el placer de los sentidos, de la propia inteligencia y de las emociones dejan de atraer y se convierten en un yugo del que hay que liberarse.

Estos sentimientos indican que ya se ha superado el estadio de amplificación. Cualquier placer, esté permitido o no, deja de satisfacernos y llega incluso a resultar desagradable. La repetición produce la rutina y esta acaba empobreciendo las sensaciones. Ya no se cree que sea suficiente la percepción de aquel tipo de placer, sea sensorial, emotivo o intelectual, cayendo en la frustración más completa.

Quienes se sienten así intuyen poco a poco que se les presenta la imperiosa necesidad de dar la vuelta a todas las perspectivas, dirigiéndolas en sentido inverso: en lugar de llevarlas desde el interior hacia el exterior, se tiende a profundizar hacia un interior desconocido hasta ese momento. Las relaciones interpersonales estereotipadas, basadas en la larga historia de las rapiñas, las opresiones, los traumas, las violencias, acaban asqueando y se descubre cómo a lo largo de todos esos años han impedido un desarrollo armonioso, que ahora se ha convertido en la finalidad fundamental de la existencia.

Estalla la necesidad de estar solo consigo mismo para poderse encontrar, para descubrir la profunda realidad ignorada desde hacía demasiado tiempo, y que se ha convertido en algo huidizo que ha estado a punto de desaparecer.

De este modo, se inicia el estupor de las primeras experiencias casuales, a partir de algunas palabras que, de manera extraña, han abierto algunas puertas a nuestro conocimiento. Aparecen los primeros miedos, causados por el temor de enfrentarse con un terreno desconocido, amedrentador, posiblemente peligroso. Se sabe que en aquella dirección existen soluciones, pero también se es consciente de que sólo se revelarán después de que se haya tenido el valor de empezar a caminar con más seguridad.

En estos momentos se comienza a sufrir una crisis vital, como si la existencia, cargada de recuerdos y sensaciones, comenzara a derrumbarse. Es como si nuestro ser se despeñara por un abismo y no se tuviese ni siquiera el consuelo de ver el fondo para saber que todo acabará.

Los diferentes estadios son muy diferentes entre sí y dependen tanto de la personalidad de cada cual como de las experiencias vividas.

Para muchos se trata de un ligero y progresivo cambio, extremadamente prudente, mientras que para otros es un vuelco súbito, provocado por circunstancias internas o externas, en parte fortuitas y en parte deseadas.

La vida puede representarse como una línea recta que, partiendo de la infancia llega hasta aquel momento para producirse después una desviación, leve o no, que obligará a cada uno a tomar —como claramente se puede intuir— una rumbo completamente diferente del que se habría mantenido anteriormente.

Pero, y esta es la cuestión, todos empiezan a buscar algo.

Algunas personas hablan con los amigos esperando encontrar respuestas. Otras empiezan a leer ciertos libros que han caído entre sus manos sin saber cómo ni por qué. Hay quienes inician relaciones con personas que anteriormente habrían estado decididamente descartadas o empiezan a reflexionar, de manera continua y profunda, hablando consigo mismo, y examinan sus mecanismos vitales.

En la práctica, todos empiezan a recorrer aquello que he definido como «el sendero del conocimiento de sí» y utilizan nuevos instrumentos que las circunstancias de la vida ponen a su disposición, aparentemente de manera casual, para poder manejarse finalmente en lugar de seguir viviendo sin conocerse.

A menudo, los nuevos instrumentos son libros, películas, medios de comunicación, conferencias, personas que ya conocían anteriormente o no, situaciones que se desarrollan, que se vuelcan de manera imperiosa e imprevisible, circunstancias que la vida, extraño azar, pone en sus caminos.

Las motivaciones al cambio pueden ser superficiales o profundas, pueden obedecer a la esperanza de encontrar una meta perfectamente definida o simplemente puede iniciarse el camino porque se tiene curiosidad y se quiere probar algo nuevo.

Las superficiales están dictadas por la curiosidad en la mayoría de los casos, por el deseo de huir del aburrimiento, harto de lo que ya le es conocido o por el placer de experimentar alguna cosa diferente. Este tipo de persona está continuamente buscando algo que le permita tener nuevas experiencias.

En cambio, las profundas golpean a aquellos que, habiendo vivido hasta ese momento de manera ligera o superficial, descubren de improviso, sobre todo mediante el dolor, la urgencia de comprender su propio ser para evitar el sufrimiento.

Algunos, porque se han hecho maduros o por una necesidad de sublimación, sienten la necesidad de separarse de aquello que les hace pesados, lentos, que los convierte en seres vacíos; o bien sienten la necesidad de hacer emerger un extraño deseo de pureza y de nobleza que empieza a prorrumpir en ellos.

Las civilizaciones del...